Los alumnos de sexto grado, en una escuela de Montevideo, habían organizado un concurso de novelas.
Todos participaron.
Los jurados éramos tres. El maestro Oscar, puños raídos, sueldo de fakir, mas una alumna, representante de los autores, y yo.
En la ceremonia de premiación, se prohibió la entrada de los padres y demás adultos. Los jurados dimos lectura del acta, que destacaba los méritos de cada uno de los trabajos. El concurso fue ganado por todos, y para cada premiado hubo una ovación, una lluvia de serpentina y una medallita donada por el joyero del barrio.
Después el maestro Oscar me dijo:
- Nos sentimos tan unidos, que me dan ganas de dejarlos a todos repetidores.
Y una de las alumnas, que había venido a la capital desde un pueblo perdido en el campo, se quedó charlando conmigo. Me dijo que ella, antes, no hablaba ni una palabra, y riendo me explicó que el problema era que ahora no se podía callar. Y me dijo que ella quería al maestro, lo quería muuuuuuuucho, porque él le había enseñado a perder el miedo a equivocarse.
Eduardo Galeano.
Me pareció linda la idea de compartir este cuento del libro "Bocas del tiempo". Como dije el cuatrimestre anterior me une a Galeano una relación de admiración personal, por su particular relación con la palabra, su reflexión crítica de la realidad, su mirada social y su elección de poner su voz a las minorías acalladas.
Este pequeño cuento me hizo reflexionar sobre el rol docente y como la enseñanza no puede ser reducido al saber de los contenidos de un campo disciplinar. El impacto y la transformación que un docente puede producir en la subjetividad de un alumno.
Me pareció de una profunda belleza, que este maestro posibilitara en la pequeña que se apropie de su voz, de su posibilidad de decir algo, de animarse y que en ese acto del decir se disolvieran sus temores profundos a equivocarse.
Pensar la responsabilidad del docente no solo en la orientación que imprime en la construcción colectiva del capital simbólico de determinada época, sino en las transformaciones que puede provocar en la subjetividad de sus alumnos.
Si pensaramos en la dimensión de la evaluación, donde todos participan y todos ganan, en todos los trabajos hay algo para destacar, para resaltar de los más propio que puede haber puesto en juego cada alumno. No se presenta la evaluación como instrumento de selección social, como productora de un juicio que consagra a algunos y excluye a otros. Sino en su dimensión formativa y formadora. Provocadora en los alumnos del "gusto de aprender".
Ojalá todos los docentes podamos leer el cuento de Galeano, comprendiéndolo en su verdadera dimensión y llegando a significar la evaluación (d proceso como se le dice)significando los logros de nuestros alumnos y no meramente los desaciertos. Brillante elección!!!
ResponderEliminar¡Muy creativa tu forma de transmitir tanto de la docencia!
ResponderEliminarAlto referente has elegido. Digno de ser tomado en cuenta más de una vez... ya que lo que dice, dista lejos de ser... puro cuento.
Si cada uno de ustedes (futuros perofesores y profesores noveles) puede reflexionar sobre lo que el acto educativo genera en la subjetividad de cada uno de sus alumnos, si pueden pensar la evaluación como una herramienta para destacar los logros y ponerla en práctica desde la dimensión formativa ... no es útopico pensar en la transformación de la educación y seguiremos trabajando para ello!
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